Un 23 de junio de 1912, nacía Alan Mathison Turing. Fue un brillante científico británico y pionero en inteligencia artificial que, a pesar de todo lo que hizo por su nación y el mundo, fue tratado injustamente, al punto que decidió acabar con su vida.

Alan M. Turing (1912-1954)

Podríamos mencionar múltiples aportaciones al campo de la ciencia realizadas por Turing (máquina de Turing, Test de Turing, computadora ACE,…) pero nos vamos a centrar en su “vital colaboración” en la II Guerra Mundial.

Tras el inicio de la guerra, los alemanes comenzaron a encriptar sus comunicaciones mediante Enigma. Esta máquina, parecida a una máquina de escribir convencional de la época, estaba compuesta de varios rotores (con 26 posiciones cada uno en base a las 26 letras del alfabeto) que iban girando a medida que se introducía el mensaje de entrada. Estos giros hacían que a cada letra de entrada del mensaje original le correspondiera una letra de salida de manera que, al ir rotando a cada pulsación, la misma letra de entrada no tenía siempre la misma letra de salida (código variable).

Además los rotores se colocaban en la máquina manualmente en una posición concreta y ese, junto con algunos datos más, pero en ningún caso ninguna clave, era la única configuración que se necesitaba compartir entre los poseedores de las máquinas. Dicha configuración inicial era cambiada con frecuencia. Todo ésto hacía “casi imposible” desencriptar los mensajes nazis.

Turing fue reclutado para el equipo de trabajo británico de descifrado que se instaló en la mansión victoriana Bletchley Park, equipo que acabaría dirigiendo. Además, ayudado por las investigaciones que sobre una máquina previa a Enigma llevaron a cabo criptógrafos polacos, ingenió un artefacto (máquina Bombe) que permitió descifrar los mensajes que los alemanes enviaban con información de todo tipo: desde partes meteorológicos hasta órdenes directas de Hitler.  

Máquina Bombe

La información obtenida contribuyó a la finalización de la guerra. Por ejemplo, Reino Unido se encontraba en una situación límite al no disponer de alimentos ni medicinas. Estados Unidos enviaba barcos cargados con provisiones que los submarinos alemanes apostados en el Atlántico Norte destruían continuamente. Conocer, gracias a los mensajes descifrados por el equipo de Turing, las posiciones de los submarinos alemanes permitieron a los barcos estadounidenses ir modificando sus rutas para llegar sanos y salvos a destino. 

Tras leer estas líneas podríamos pensar que Turing fue tratado con honores durante toda su vida pero desgraciadamente no fue así por su condicional sexual. En 1952, fue condenado por reconocer relaciones homosexuales (triste pero cierto). No llegó a ir a la cárcel porque prefirió someterse al tratamiento de castración química que se le ofreció como alternativa para evitar la prisión. Murió dos años después, envenenado al morder en su laboratorio una manzana impregnada de cianuro.

Su muerte está rodeada de misterio aunque se cree que fue un suicidio. Además también se relaciona el símbolo de Apple como un homenaje a Turing, aunque parece más leyenda que realidad.

Y aunque demasiado tarde, en 2013, la reina Isabel II anunció el indulto formal a Turing con una declaración: “Turing era un hombre excepcional con una mente brillante que merece ser recordado y reconocido por su fantástica contribución al esfuerzo de guerra y su legado a la ciencia”.

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